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Gumaro de Dios ARIAS

 
 
 
 
 

 

 

 

 


Alias: "El caníbal del Caribe"
 
Clasificación: Homicida
Características: Caníbal
Número de víctimas: 2
Periodo actividad: 2004
Fecha detención: 14 diciembre 2004
Fecha de nacimiento: 7 abril 1978
Perfil víctimas: Hombres
Método de matar: Arma blanca - Golpes con bloque de hormigón
Localización: Quintana Roo, México
Status: Internado institución psiquiátrica
 
 
 
 
 
 

Un caníbal mexicano mata, asa y se come a su amante

Reuters

16 diciembre 2004

Un hombre mexicano asesinó a su amante durante una pelea mientras consumían drogas y alcohol, después cocinó partes de su cuerpo en una salsa de tomate y cebolla y las comió durante tres días.

La policía dijo el miércoles que encontró a Gumaro de Dios Arias asando carne humana en descomposición para su desayuno, incluyendo parte de un corazón, cuando irrumpió en su humilde casa, cerca del popular balneario mexicano de Playa del Carmen, en el sureste del país.

"Preparaba guisos. Había una parrilla donde tenía parte del corazón y allí cocinaba eso y creo que partes de lo que quitaba del cuerpo, fue terrible, terrible", dijo el jefe de la policía. Martín Estrada, quien se encontraba entre la docena de agentes que participaron en la redada.

Arias dijo a la policía que la víctima, un hombre joven, llegó a su choza de cartón escondida entre la maleza con un amigo mutuo, quien después los dejó bebiendo y tomando drogas.

La pareja tuvo relaciones sexuales y después se inició una pelea durante la cual Arias mató a su joven amante golpeándole en la cabeza, dijo la policía.

La policía arrestó el martes a Arias, de 25 años, tras recibir una llamada telefónica.

La llamada "decía que había una persona que (se) estaba comiendo a otra persona", dijo Estrada a Reuters.

"Encontramos a esta persona allí, acostado en un camastro, y el cadáver a un lado, que ya estaba desgarrado y lo había estado comiendo desde hace tres días", agregó.

Al cuerpo, que tenía las tripas sacadas, le faltaban varias partes, como el muslo, explicó.

 
 

Reclusos se niegan a compartir celda con el "caníbal del Caribe"

EFE

16 dic 2004

Playa del Carmen (México) - El asesino Gumaro de Dios Arias, que mató a su amante y lo cocinó para comérselo, afirmó que no está arrepentido, mientras los reos del penal mexicano de Playa del Carmen se niegan a compartir celda con él

El homosexual Gumaro de Díos, quien la noche del pasado lunes asesino a su amante Raúl González fue recluido en una celda aislada, según informó hoy a los periodistas Henry Boldo Osorio, director de Seguridad Pública de esta población

El homicida, a quien se le conoce ya como el "caníbal del Caribe", fue presentado ante un juzgado donde declaró que no está arrepentido de haber dado muerte a su pareja

Gumaro de Dios confesó a las autoridades que cuando la policía lo sorprendió la mañana del martes en la casa donde realizó el macabro crimen "ya había comido unos dos kilos y medio de la carne humana" y que ésta tenía sabor a "borrego"

En un escalofriante relato ante la autoridad judicial, el inculpado sostuvo que el origen de la riña en donde resultó muerto su amante fue por falta de dinero para comprar droga

Agregó que tras la discusión golpeó salvajemente a González hasta matarlo, después cortó parte de su cuerpo para comerlo con cebolla y tomate, y cocinó en un fogón su corazón y algunas vísceras

El hombre, plenamente consciente y frente a las rejas de la celda de declaraciones, aceptó los cargos de homicidio premeditado y no mostró arrepentimiento alguno por su conducta

"No me arrepiento de nada, ya lo hice, creo que son como dos kilos y medio lo que comí y todavía quería seguir comiendo", afirmó

Por su parte, el director de Seguridad Pública Henry Boldo Osorio aseguró que "los internos del penal de Playa del Carmen habían protestado por la presencia de Gumaro de Dios"

Dijo que los reclusos se negaron a aceptar al homicida, señalando que nadie quería dormir con él, "debido a sus excesos maniáticos y su gusto por la carne humana"

Sugirió que Gumaro de Dios debía ser recluido en un hospital psiquiátrico o aislado en una celda "debido al temor manifiesto de otros reos de correr la misma suerte del amante del asesino"

Gumaro de Dios Arias, si es hallado culpable, podría ser condenado a una pena máxima de 25 años de prisión por el crimen cometido, confirmó la autoridad.

 
 

Caníbal caribeño reconoce crimen

18 diciembre 2004

Luego de haber sido detenido el supuesto "caníbal caribeño" reconoció haber asesinado, cocinado y comido a su compañero y dijo que planeaba devorarlo completamente pero fue descubierto por las autoridades.

"La carne me sabía como a borrego y si me hubieran dejado me lo comía todo", dijo Gumaro de Dios Arias después de rendir una declaración ante las autoridades en Playa del Carmen.

Arias refirió que mató a su compañero -identificado como "El Guacho"- porque no le compró droga que le había pedido y para lo cual le dio dinero, que tampoco le devolvió. El crimen ocurrió el pasado 10 de diciembre.

Después de haberlo asesinado, según las autoridades, Arias hizo caldo de verduras con algunas partes del cuerpo de su compañero, aunque no le gustó y entonces decidió asar la carne.

"Fueron como dos kilos y medio que me comí, y todavía quería seguir. . . la carne estaba muy buena", señaló Arias.

El presunto "caníbal" mencionó que su compañero se desmayó después de golpearlo; luego lo colgó y cuando parecía que despertaba de nuevo lo golpeó en la cabeza. Al parecer Arias estaba drogado tras inhalar pegamento cuando mató a la víctima.

El cuerpo de "El Guacho" fue encontrado sin algunos órganos internos y pedazos de carne de las piernas.

Arias fue descubierto el martes pasado por la policía en una choza entre la selva. Dormía cerca del cuerpo mutilado, cuyo corazón se cocía en una improvisada parrilla.

Ante esto, un juez tendrá que decidir en los próximos días si Arias debe enfrentar un proceso penal por homicidio.

Debido a ello, el agresor, plenamente consciente y frente a las rejas de la celda de declaraciones, aceptó los cargos de homicidio premeditado y no mostró arrepentimiento alguno por su conducta.

Por su parte, el director de Seguridad Pública, Henry Boldo Osorio, aseguró que "los internos del penal de Playa del Carmen habían protestado por la presencia de Gumaro de Dios".

Dijo que los reclusos se negaron a aceptar al homicida, señalando que nadie quería dormir con él, "debido a sus excesos maniáticos y su gusto por la carne humana".

Sugirió que Gumaro de Dios debía ser recluido en un hospital psiquiátrico o aislado en una celda "debido al temor manifiesto de otros reos de correr la misma suerte del amante del asesino".

 
 

Encuentro en prisión con un caníbal: los laberintos de Gumaro de Dios

Sin el menor remordimiento, reconoce el crimen

Alejandro Almazán/ La Revista

Playa del Carmen, QR. Tengo enfrente a Gumaro de Dios, un joven de 26 años que apenas en diciembre pasado asesinó y devoró a dentelladas a un ser humano.

No todos los días uno puede verle el rostro a un caníbal.

Su cara está reventada por las cicatrices de la viruela. Sus dientes, manchados por la nicotina, son macizos como las brocas. En sus ojos, de negro intenso, redondos como los de un mono, el tiempo se extravía; mira con una elocuencia tan profunda que parece fijar la vista en uno para siempre.

Y su voz es áspera, arrastra las vocales, seguramente por el desuso, pues ningún reo de esta cárcel le dirige la palabra, aun cuando muchos de los prisioneros son, hasta la raíz de los cabellos, tan homicidas como Gumaro.

Sólo habría que observarlo en esta especie de jaula en que se convierten los locutorios: de extremo a extremo, detenido, pero en movimiento como una bestia atrapada. En otras palabras: Gumaro atraviesa por el trance de la abstinencia. Qué difícil ha de ser para alguien que desde los 12 años supo lo que era dinamitarse el cerebro con crack. Quizá por eso aspira larga y profundamente, a todo lo que dan sus pulmones, el cigarro, como si con cada bocanada la ansiedad se hiciera pequeña.

Imaginaba a Gumaro como un hombre de poderosa inteligencia, parecido al doctor Hannibal Lecter, ese famoso siquiatra de novela negra al que el escritor Thomas Harris le arrancó la humanidad y lo convirtió en un auténtico desafío al sentido común.

Gumaro es un hombre excesivamente complicado para analizarlo mediante parámetros aplicados a la gente común. Pero que no haya terminado la secundaria, que proceda de una generación de chontales tabasqueños iletrados y que haya inmolado con drogas lo poco aprendido en la escuela, hace que uno tenga enfrente a un personaje al que lo único que le regocija es alimentarse del dolor de los otros.

Supuse, también, que estaría esposado o con una camisa de fuerza y, si no con una máscara de jugador de hockey, sí al menos con un bozal.

Pero la cárcel municipal de Playa del Carmen, perdida en la selva tropical quintanarroense, parece más de mera utilería, de juguete. Por eso Gumaro puede andar por toda la penitenciaría exhibiendo sus fornidos 1.65 metros envueltos en esos pantalones cortos de pescador y playera caqui, los mismos harapos con lo que fue arrestado en un paraje de Xcalacocos, el 14 de diciembre de 2004.

Y por eso uno se acobarda cuando el custodio cierra la puerta de los locutorios y traba el pasador. Se siente como si un ventarrón golpeara la espalda.

Tengo enfrente a Gumaro. El sol cae a la mitad de la jaula en un corte oblicuo, y sólo una pequeña barda que sostiene cinco barrotes nos separa.

“No te preocupes, anda muy tranquilo”, me había dicho el director del penal, René Torres, antes de entrar. Y sí: conforme van transcurriendo las horas, la peligrosidad de Gumaro se distorsiona, se reduce.

“Sólo su sudor es el que huele a asesino”, me advirtió don René mostrando su maltrecha dentadura.

Quién sabe si los homicidas, y en el caso de Gumaro también violador, exhalen un sudor que asemeja el olor del petróleo. Lo cierto es que las manos de Gumaro están sucias y pegajosas como si fueran de chapopote.

—¿Y de qué quieres hablar con un asesino que es un hijo de la chingada? —dice Gumaro, sacudiendo su cabeza como lo hacen los perros de caza—. La prensa sólo busca el escándalo.

—Quizá es una curiosidad malsana, pero quiero saber hace cuánto ya no eres un ser humano...

Gumaro se ríe como un niño travieso, pero con la mirada muerta. Después de apagar el cigarrillo abre esa bocaza con la que se tragó al joven con quien mantenía relaciones sexuales, y cuya identidad aún es un acertijo:

—Primero, hazme un favor —dice en tono suplicante.

—Si está a mi alcance, sí.

—Diles que me envíen a La Palma.

—¿Y para qué quieres ir allá?

—Es que aquí no me hallo, está muy chiquito, y allá quiero ser el rey del penal. En una de esas allá me como a un cabrón. ¿Les dirás? —recalca en un tono ligeramente altanero.

¿Quién bautizó a este pedazo de maldad como Gumaro de Dios? Dejémoslo en Gumaro, porque de Dios no tiene pizca alguna.

Cuando termina su sugerencia, se toca la rala barba con los dedos y dice:

—Anota, pues. Pero debe quedar muy claro que no tengo ningún arrepentimiento, porque la cabeza no me funciona bien.

*****

Nadie sabe a ciencia cierta por qué los caníbales se vuelven caníbales.

Los artículos especializados dicen que el canibalismo tiene varias motivaciones: un significado religioso, o por razones de sobrevivencia, o por un ritual que permite absorber los rasgos más destacados de la víctima, o por perversiones sado-sexuales, o por eliminar el cuerpo del asesinado.

Como quien dice: la pelota rueda porque es redonda y es redonda porque rueda. Y de todas maneras, los textos suelen terminar diciendo que nadie sabe por qué los caníbales se vuelven caníbales. Antropófagos, los llaman clínicamente.

El canibalismo ha existido siempre y no se encuentra confinado a zonas remotas: Karl Grossmann azotó a los habitantes de Berlín de 1913 a 1921; Ed Gein, un granjero de Wisconsin que conservó el cuerpo de su madre muchos años después de muerta, destazó a tantas mujeres que perdió la cuenta; Jean-Bedel Bokassa, emperador de África Central destronado en 1987, fue acusado de practicar el canibalismo durante 13 años.

Y aquí, a espaldas de la Riviera Maya donde los europeos y los estadunidenses absorben todo lo que el Caribe ofrece, está Gumaro, un joven que cuando fue detenido mantuvo su pulso sin alteración: 85. Los sicólogos que lo valoran suponen que tenía ese mismo número de latidos cuando se tragó a su amante.

“Yo pensé que si me lo comía —dice Gumaro con esa mirada que zumba— iba a comerme su poder”.

—¿Cuál?

—Él sabía pegar muy bien el tabique, utilizaba bien chingón la cuchara, y yo quería ser un albañil de poca madre.

*****

Gumaro nació el 7 de abril de 1978, el día de San Juan Bautista. Hubiese preferido llamarse Bagdel —un nombre que hace poco arrancó de entre sus alucinaciones—, pero el abuelo materno impuso su dinastía en el primer nieto.

A los seis o siete años de edad —a Gumaro se le dificulta recordarlo—, un fortachón primo suyo lo violó. Desde entonces, supone, le atrajo la bisexualidad. Jugaba a las muñecas, pero también se creía pistolero. “Soy un chico malo, soy una mala mujer”, se definió Gumaro cuando me saludó.

El joven, perezoso para la siembra y más bien poco inteligente, fue enviado al ejército a los 14 años en un intento paterno por endurecer a un muchacho que, o se la pasaba drogado o besaba tanto a mujeres como varones de la ranchería Azucena, en Cárdenas, Tabasco. A sus padres, Candelario de Dios y Ana Arias, les sacaba de quicio que el hijo mayor de los 11 que parieron fuera “el mismísimo diablo”.

Un día se peleó con un subteniente y lo enviaron a un apando, arrestado. “Cuando salí, quise vengarme y entonces me lo topé”, cuenta Gumaro. El resto demuestra su alma dura y lo que aprendió cuando mataba cerdos con su padre: lo apuñaló quirúrgicamente en el tórax y en las piernas. “Quién sabe si se murió, yo salí huyendo del ejército”.

Para cuando regresó a la ranchería Azucena, Gumaro ya era un consumidor constante de mariguana, su nariz era un tubo aspirador de los cristales de la cocaína, sus venas ya sabían lo que eran los estallidos de la heroína y su boca ya tenía la costumbre de inhalar solventes. En resumidas cuentas: era un zombi.

Uno de esos días abusó sexualmente de su sobrino, quien apenas aprendía a caminar. Aunque el niño enfermó, la familia no supo nada del ultraje hasta una noche en que Gumaro llegó a la casa de madera, embriagado, con la playera hecha jirones.

—¿Qué te pasó? —le preguntaron.

—Me acabo de coger a una monja, y pues se puso agresiva.

“Luego les conté lo del sobrino”, murmura Gumaro, encogido en hombros, como si quisiese ocultar aún aquel disparate. “¿Y qué crees que pasó? Me insultaron, me corrieron los cabrones”.

Con esas costumbres, tarde o temprano Gumaro iba a caer preso. Y así fue:

En 2000 fue llevado al penal de Cárdenas. Gumaro creyó que había sido arrestado por violación, pero luego supo que el año, seis meses y nueve días a los que fue sentenciado eran sólo por el robo de una grabadora y cinco camisas de lino.

Una vez que abandonó la cárcel, y para evitarse problemas con su familia —la que nunca lo denunció, pero tampoco lo visitó en la prisión— Gumaro pensó que ya no era suficiente jugar al diablo en Cárdenas. Así que se marchó y llegó a Chetumal.

—Creo que de nadien es la culpa que esté medio loco —dice Gumaro, rascándose con desesperación el lóbulo de la oreja derecha.

De nadie. Por lo que escuché de él, ni del destino, ni de la suerte, ni de la pinche vida. De nadien.

*****

La primera vez que Gumaro asesinó a una persona fue hace un año. Hoy lo recuerda, indolente:

—El tipo me jugó bronca. Traía un machete y me retaba. Lo dejé que se cansara de gritar. Luego, cuando se apendejó, le quité el machete y madres, que lo empiezo a cortar como pescadito. Vi cómo se desangró. Ahí lo dejé y me largué. Ese día en la noche se me apareció su espíritu. Yo le dije a mi Dios Jehová que me ayudara a ya no oír. Pero todavía lo escucho.

Aquello sucedió a principios de 2004. Fue en Mahajual, una zona maya cara al mar que está a unos 150 kilómetros de Chetumal. De ahí, Gumaro se trasladó a El Petén, un pueblo entre México y Belice, donde vivió algún tiempo en una obra en construcción.

En ese lugar conoció a un viejo brujo maya, al que Gumaro le dice El Sabio, y a quien le hizo la promesa de asesinar a tres personas, una promesa de la que Gumaro hablará más adelante.

También en El Petén se encontró al joven que terminaría comiéndose. A ese sujeto Gumaro lo llama simplemente Guacho, porque era militar; un hombre, igual que él, a la deriva; un hombre al que algunos medios locales le asignaron una supuesta identidad: Raúl González El Compinche, de 19 años. Pero hasta la fecha las autoridades ignoran quién diablos era aquel destrozo humano, el cual había emigrado con Gumaro a una palapa cien metros adentro del kilómetro 216 de la carretera Chetumal-Playa del Carmen. Ahí se lo tragó.

Y de aquel tipo que le jugó bronca y macheteó, la policía apenas se está enterando.

*****

Gumaro utilizó mil 273 palabras para confesar su canibalismo ante el Ministerio Público Gerardo Peña. Mil 273 palabras extraídas de un libro negro. Mil 273 palabras sin embozo alguno y todos los detalles.

“Le seguí pegando. Cuando estaba desmayado lo colgué. Estaba sangrando. Cuando despertó le pedí mis 500 pesos, otra vez, pero me dijo que se los había gastado en crack. Por eso le pegué con un bloc en la cabeza. Ahí me ganó la curiosidad de comérmelo”, declaró Gumaro.

El asesinato de El Guacho —entre las siete y las ocho de la noche del 10 de diciembre de 2004, determinaron los patólogos— tiene sus orígenes semanas atrás.

Por lo que cuenta Gumaro, algo le estaba oprimiendo el pecho, cuando una noche llegó El Sabio, aquel brujo maya desdentado. Según Gumaro, el viejo chaman —hmèen, se dice en maya— le dijo que ese dolor era la ansiedad atorada, y que para expulsarla debía de rezarle a la naturaleza, escucharla y aceptar lo que le pedía.

—Y yo oí que la naturaleza quería que matara a tres personas —divaga Gumaro—. Y como ya había matado a aquel cabrón a machetazos, pues no se me hizo difícil.

La versión de Gumaro cuenta que el chamán le dijo que iba a quedar liberado. Además de eso, le ofreció un bono especial: le daría mucho dinero, le atraería mujeres y hombres para su desenfreno, y lo llevaría a Cancún a los antros de moda para que se embriagara hasta desplomarse.

—¿Y por qué le creíste al chaman? —le pregunté a este anti Dios maltrecho.

—Pues es lo que no entiendo. No sé si fue por codicia.

Los profesionales que han estudiado a estos monstruos de la vida real dicen que un asesino ansía lo que ve a diario. Y Gumaro, por sus declaraciones, anhelaba ser El Guacho, un tipo bisexual que algunas veces la hizo de latin lover con solteronas europeas.

*****

Los agentes del Grupo Jabalí han visto muchas muertes. Pero observar lo que yacía ante sus pies, el cadáver de El Guacho, ha sido lo peor.

El agente Alejandro Díaz describió de la siguiente manera la escena cuando descubrieron a Gumaro, dormido, al lado del cuerpo, adentro de una palapa de techo de cartón y malla de alambre:

“En el piso yacía un pectoral hasta el abdomen, en estado de descomposición. Ya no tenía vísceras, presumiblemente fueron arrancadas por la espátula ensangrentada que estaba a un lado. Los pies estaban cortados hasta los tobillos. A los brazos se les había arrancado la piel y las manos tenían escoriaciones; seguro el muerto fue colgado o amarrado con fuerza. Sobre la parrilla había una olla de aluminio con algo que se parecía a unas costillas cocidas y a un corazón”.

Esos eran los despojos de El Guacho.

El Guacho, según Gumaro, había pertenecido al 31 Batallón de Infantería. Supuestamente abandonó al ejército por robarse un arma. En el brazo izquierdo se tatuó el nombre de una mujer, pero Gumaro le arrancó ese pedazo y ya ni siquiera recuerda lo que decía el grabado de tinta china.

Hacía meses que sostenían relaciones sexuales. Vivían en esa palapa abandonada, levantada al lado de un basurero. Sorteaban el día robando casas en Playa del Carmen o enamorando al turismo gay.

Aquel 10 de diciembre de 2004 tenían otro encuentro carnal aderezado con solventes, cuando Gumaro se acordó que El Guacho le debía 500 pesos. E, intempestivamente, tomó un cable y le descargó una sucesión de golpes.

Cuando lo colgó, El Guacho tuvo la certeza de que iba a morir.

Recuerdo bien lo que leí en las declaraciones ministeriales y lo que me contó Gumaro de aquel día:

El amasijo de carne que sobresalía del cuello y que no parecía una cabeza cuando Gumaro lo aplastó con un bloc de concreto. El estómago raspado por la espátula y Gumaro pensando: “¿Será un rico asado?”

El caníbal friendo unas tortillas con la grasa de las vísceras. Gumaro cortando una pierna al cadáver y poniéndola a coser con chile habanero, limón y cebolla. Gumaro mordisqueando tiras de carne cruda. Los huesos aserrados.

“Fue que se me ocurrió sacarle todo lo de adentro: el corazón, el bofe, las costillas. Estaba bien rico, sabía a borrego, por eso me comí el riñón. Sólo dejé los pellejos porque estaban correosos”, declaró Gumaro, riéndose de su proeza.

Las moscas tenían un festín sobre una costilla y por eso Gumaro no se la comió, le dio asco.

Entonces llegó la policía. Un joven apodado La Parca había pasado por aquella palapa. En lugar de aceptarle a Gumaro un pedazo de carne, corrió y corrió hasta toparse con una patrulla.

—Deseo manifestar que la verdad no me da miedo que me hayan arrestado por este muertito. Se lo pedía a mi Dios padre Jehová, ya debo muchas —finalizó Gumaro su declaración ministerial.

*****

El mundo interior de Gumaro posee muchos sonidos.

En las noches dice que la oscuridad le hormiguea entre sus párpados, y que entre su sueño agitado escucha lloriqueos.

—Nada más oigo: “Chi, chi, chi...” Por eso quiero que me lleven a un siquiatra, eso es lo que quiere mi cabeza —gime en tono ronco.

Gumaro no para de decir que es un “sicópata puro”, aunque no sepa a ciencia cierta qué es un sicópata. Pero los que saben de esto, como Robert Reesler, ex jefe de la Unidad de Ciencias del Comportamiento Criminal del FBI, e inspirador de El silencio de los inocentes, creen que un hombre podría comer carne humana y aún así no padecer sicosis. “El individuo puede cometer actos muy repulsivos y pese a ello seguir siendo capaz de comprender las cosas, ver lo que lo rodea”, ha escrito Reesler.

Que Gumaro sea trasladado al siquiatra de Mérida —Quintana Roo no tiene hospital especializado— o se quede en esta cárcel dependerá de la evaluación final. Y hasta donde se sabe, los médicos suponen que Gumaro está en la frontera entre la realidad y la locura.

*****

—Cuando tomo o me drogo se me mete la maldad —dice Gumaro, quien se ha sentado unos segundos, después de tirar algunos golpes al aire, creyéndose boxeador—. Por ejemplo, cuando ando briago me da por querer aventarme sobre un tráiler.

—¿Y cuando estás drogado?

—Me empiezo a hinchar, es cuando se me mete un güero fornido, ese cabrón es el que me calienta contra los demás.

—¿Y ese güero tiene nombre?

—No mames, estoy medio loco, pero tampoco platico con él. Nomás se me mete y ya. Entonces le rezo a mi Dios y me vuelvo un ángel poderoso.

—Ah, ¿sí?

—Sí, Dios quiere que no me muera. Yo digo que voy a vivir como 150 años más.

—¿Y por qué lo crees?

—Pues es lo que no entiendo, son sólo mensajes que recibo.

En esas estamos cuando entra un custodio. Es tiempo de que Gumaro tome su antidepresivo. Si ocurre lo de todos los días, dentro de un par de horas estará perdidamente dormido, los cinco reclusos con los que comparte la celda 7 podrán entonces conversar entre ellos sin ser interrumpidos, y las custodias dejarán de escuchar los insultos que Gumaro les lanza.

—¿Oye, o será que ya me voy a morir? —pregunta Gumaro.

—¿Por qué?

—Es que siento como que me pasan un machete por los brazos. ¿Crees que me voy a morir?

—Seguro ocurrirá un día —quisiera decirle más pero entonces empieza a rezar quién sabe qué y a golpearse en el pecho. Después de unos segundos me dice:

—¿Sabes que ya vino una hermana a visitarme?

—Sí. ¿Qué te dijo?

—Pues que qué me había pasado, por qué me había comido a ese güey.

—¿Y qué le contestaste?

—Pues que nada, que así son las cosas de la vida.

—A propósito: le prometiste al chamán tres vidas, llevas dos. ¿Sigues buscando a la tercera?

—Ya la encontré —dice, levantándose otra vez para caminar en los seis metros cuadrados de los locutorios—. Es un cabrón que se siente bien chingón aquí. Nomás lo veo y me hierve la sangre, compa. Ya con ese me voy a tranquilizar y esperar que El Sabio me dé lo que me prometió, aunque la verdad —dice acercándose a mi rostro—, no sé cómo voy a encontrar al Sabio, ni su nombre me dijo.

Luego le diría al director del penal que Gumaro trae en la mira a un reo.

—¿Y qué señas te dio del preso? —me preguntaría don René.

—Pues nada más que se siente bien chingón.

—Uy, va a estar difícil: aquí todos se sienten bien chingones.

*****

He conocido a muchos homicidas, pero creo que nadie tan perverso como Gumaro.

—Bueno, ya me voy, es que ando medio inquieto, no me hallo en esta jaula —dice Gumaro, aspirando otro cigarrillo y girando el cuello para que le truenen las vértebras cervicales—. Pero no me preguntaste lo más importante: ¿qué siento al matar? ¡Ah!, pues nada, no se siente nada, es como matar a un pollo.

Gumaro pide entonces que le abran la puerta. Lo veo irse, como gozando cada pedazo de vida que se le está cayendo. Yo, en cambio, salgo sintiéndome vacío, como si acabase de donar sangre.

RioDoce.com.mx

 
 

Trasladarán a Morelos al caníbal

4 diciembre 2006

El Juez Penal en Solidaridad, Abraham Loeza Ortiz, anuncio que en breve, emitirá el resolutivo en torno al caso de Gumaro de Dios Arias, alías “El Caníbal”, pero adelantó que ante la avanzada esquizofrenia que sufre el procesado y después de analizar a fondo el expediente de éste, determinó que ya no podrá estar sujeto penalmente, por lo que será enviado al Centro de Readaptación Social (Cereso) con pabellón psiquiátrico que se encuentra en el estado de Morelos.

Entrevistado el Juez Penal, Abraham Loeza Ortiz, en torno al proceso penal de Gumaro de Dios Arias, alias “El Caníbal”, el ministro dijo desde hace un par de semanas ha estado estudiando y analizando la Causa Penal 362 del 2004, en el cual se le sigue un juicio por el delito de homicidio.

Loeza Ortiz, explicó que una vez analizado los dictámenes médicos, los cuales, manifiestan que la avanzada enfermedad de esquizofrenia de Gumaro de Dios, determinará que ya no podrá seguir sujeto al proceso penal, resolutivo que se hará de conocimiento a las autoridades de salud, quienes en conjunto con el Centro de Readaptación Social (Cereso) de la capital del estado procederán a trasladarlo a un centro donde pueda ser atendido adecuadamente.

Comentó, que en el estado de Morelos existe un Centro de Readaptación Social que cuenta con pabellón psiquiátrico, lugar donde seguramente será trasladado Gumaro de Dios Arias, lo cual, llevándose a efecto lo anterior, el expediente quedará cerrado.

Gumaro de Dios Arias, que de ser trasladado en los próximos días al CERESO del estado de Morelos, a principios de diciembre del 2004 asesinó a un compañero de trabajo, al cual, se fue comiendo en partes, su estancia en la cárcel municipal iba por buen camino, pero en últimas fechas recayó.

Llegando al grado de cortarse un pedazo de oreja y comérsela durante un festival que se ofrecía en la penitenciaría, seguidamente empezó a negarse a seguir el tratamiento lo que provocó que empeorara su estado mental, al grado de determinar el médico que lo trataba, Jorge Polanco Belois, de ser un sujeto potencialmente peligroso, lo que conllevó a ser aislado de la población.

(Fuente: diario Quequi)

 
 

Se llevan al caníbal a Chetumal

20 marzo 2007

Después de permanecer más de dos años en la cárcel municipal de Solidaridad, Gumaro de Dios Arias, alias el “Caníbal”, fue traslado a Chetumal, para posteriormente enviarlo vía aérea, a un hospital psiquiátrico del Estado de Morelos.

El director de gobierno del Ayuntamiento de Solidaridad, Orlando Muñoz Gómez, informó que el interno Gumaro de Dios Arias, será recluido en un hospital psiquiátrico en donde recibirá la ayuda necesaria.

Explicó que después de diversas gestiones del Gobierno del Estado, se logró que el “Caníbal”, reciba ayuda especializada en un centro psiquiátrico, pese a que durante su reclusión en la cárcel municipal, mantuvo un comportamiento aceptable.

Cabe recordar que Gumaro de Dios Arias, mató a su compañero de cuarto, en diciembre de 2004, a quien después se comió durante varios días, hasta que fue descubierto por una tercera persona que denunció los hechos a la policía.

El funcionario municipal, dijo que con apoyo de la Agencia Federal de Investigación (AFI), el "Caníbal” será trasladado vía aérea al Estado de Morelos.

(Fuente: Enfoque Radio)

 
 



 

 

 
 
 
 
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