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David FROOMS
Eluniversal.com - Estampas
Por más extraño que pueda parecer, muchos asesinos
sienten la imperiosa necesidad de mantenerse cerca de la investigación
en torno a sus crímenes. Se ha sabido que algunos llaman por teléfono e
incluso le escriben a la policía.
Justo antes de que acabara el siglo XIX, Jack el
Destripador escribió cartas de burla a las autoridades, en las cuales
les avisaba que atacaría de nuevo. En tiempos más recientes, Richard
Loeb quedó totalmente fascinado con los detectives que buscaban pistas
sobre el asesinato de Bobby Franks, en el famoso caso “compulsión” de
Chicago. Se descubrió que Loeb era uno de los asesinos del joven. En
esta ocasión examinaremos la trágica muerte de una joven inglesa, Sarah
Gibson, y el apremiante deseo que sentía su asesino de tener
correspondencia con la policía.
Pocos meses después, Sarah logró
obtener un empleo en el Royal Automobile Club como asistente del ama de
llaves. Esto representó un paso agigantado en los planes de la decidida
joven por forjarse una carrera. El Royal Automobile Club tenía un
personal de 250 trabajadores, de los cuales 15 vivían dentro de sus
enormes instalaciones. Sarah era uno de esos empleados residentes.
El prestigioso club contaba con un
restaurante de 200 puestos y 15.000 miembros que pagaban, además de
mantener 80 dormitorios exclusivos para los miembros masculinos.
En 1971, la familia Gibson se mudó
de Lambourn a una casa campestre hermosamente restaurada cerca de
Cheltenham. Sarah pasó muchos fines de semana con su familia. Estaba
feliz con su trabajo y disfrutaba vivir en Londres. El domingo 2 de
julio de 1972, la joven tuvo el día libre; fue uno de esos fines de
semana en que ella prefirió quedarse en la ciudad. Esa noche, cenó en el
comedor del personal; poco después de las 7:30 pm, fue vista paseando en
dirección del Fun City Bingo Hall, ubicado a unos 300 metros del club.
Dos horas después la observaron saliendo del bingo, pero nadie la vio
regresar a su cuarto.
Los detectives no tardaron mucho en
averiguar que Sarah no tenía un novio fijo. Había sido una joven
trabajadora y feliz que disfrutaba de las atracciones de la ciudad de
Londres. Sus movimientos fueron reconstruidos hasta que salió del bingo,
pero allí se detenía el rastro abruptamente. Dado que nada parecía estar
en desorden en la habitación, se creyó que ella quizás conocía a su
asesino y había sido atacada sin advertencia.
Cuando se elaboró una lista de las
pertenencias de Sarah, descubrieron que faltaban varias joyas. Anillos
de oro, un reloj de viajero, un medallón de plata, un brazalete de oro y
un encendedor fabricado en madreperla habían sido extraídos de la
habitación. El 7 de julio, el brazalete y el encendedor fueron vendidos
a un joyero de Soho. James Neville, jefe de detectives de Scotland Yard,
creía que el robo quizás había sido el móvil original, y la violación y
el asesinato fueron resultado de una idea posterior; por otra parte, él
sabía que era muy posible que un asesino astuto hubiese tomado las joyas
de la habitación para confundir a la policía.
De los 80 cuartos disponibles para
hombres en el club, sólo 17 habían sido ocupados la noche del asesinato.
Las autoridades decidieron verificar no sólo las huellas digitales de
los ocupantes de estas 17 habitaciones, sino también de todos los que se
habían alojado en el Royal Automobile Club desde que Sarah se incorporó
al personal. Sus huellas serían comparadas con las encontradas en el
cuarto de Sarah.
El 9 de Julio, Neville recibió una
sorpresa por el correo. Era una carta anónima del asesino. Esta rezaba:
“Pensé que quizás quisieran alguna ayuda en el caso, dado que
aparentemente lo están enfocando desde un ángulo equivocado. No me
gustaba la idea de la muerte de Sarah, pero no se pudo evitar; lo que se
puede hacer es evitar que ocurra de nuevo. Encontré una fuerte sensación
de poder al despojar a un cuerpo de su vida, aunque ella fue un error.
La noche que la chica murió, no sentí remordimiento ni culpa, así que
apúrense y captúrenme. No me entregaré para que me encarcelen porque
ello me destruiría, dado que tengo grandes ansias de vivir”.
En diciembre de 1972, Frooms fue
enjuiciado por asesinato en Old Bailey, la Sala de Tribunal de la Corona
más famosa del Reino Unido. Se declaró no culpable tras afirmar que no
tenía recuerdo del asesinato en sí, aunque recordaba haber subido por
una ventana abierta y llegar hasta el quinto piso, buscando algo que
robar. Vio que la puerta de una habitación estaba entreabierta y entró
sigilosamente. Sarah dormía en la cama; él tomó todo lo que le pareció
de valor. Cuando la joven se movió, él le metió algo en la boca y le
amarró manos y pies con su ropa interior.
Frooms declaró que recordaba tener
sus manos alrededor de la garganta de la joven, pero nada más. También
dijo que no recordaba haber tenido intención de matar a la chica, ni que
hubiese escrito la carta incriminadora a la policía.
Pese a que su abogado habló de
responsabilidad disminuida, el jurado necesitó apenas media hora para
presentar un veredicto de culpabilidad. David Frooms fue sentenciado a
cadena perpetua.